Plena Inclusión Madrid

Teresa Gónzalez. “Mi discapacidad no puede privarme de soñar y disfrutar de la vida como me merezco” #TodosSomosTodos

Permítanme presentarme, mi nombre es Teresa González y tengo 46 años. Como pueden observar algo pasa con mi cuerpo, por ahí dicen que tengo algo llamado parálisis cerebral.

Sé que muchos de vosotros pensareis, ¡Oh mírala pobrecita que no se puede mover vaya vida!

Pues permitidme deciros que os medio equivocáis. Es cierto que no puedo moverme o expresarme como me gustaría, pero lo hago a mi manera, ¡vaya que si lo hago! Tan solo necesito mirar a la persona que me conoce, hacer un simple gesto, emitir un sonido…, y ella ya sabe qué es lo que quiero o necesito. ¡es increíble ver como con una sola mirada, sobran todas las palabras! Aunque en ocasiones necesito algo más en concreto y claro, es ahí cuando echo mano a mi panel comunicador, aunque a veces soy un poco gamberrilla y juego más con él que trabajo… ¡me encanta tomar el pelo a la gente!

Mi discapacidad tan sólo limita mi cuerpo, pero algo que no puede hacer ni podrá es privarme de soñar y disfrutar de la vida como me merezco, ¡además de ayudarme a ver la vida con los ojos y del color que yo quiero verla! Aunque para ser franca, en ocasiones ese rosa se ha tornado en negruzco, debido a las trabas que me he encontrado a lo largo de toda mi vida hasta el momento actual.

Para darme a conocer un poquito más, me gustaría contar mi historia.

Nací en un momento difícil, donde la sociedad no estaba preparada para acoger entre sus calles a una persona como yo, alguien que a ojos de la gente era diferente pero que para mis padres era una niña más, sin ningún tipo de discapacidad, era sin lugar a dudas su hija Maite, sin más adornos en mi presentación.

Mis padres, Emilia y Daniel, han tenido un papel más que importante en mi vida, sin ellos no hubiera sido posible estar en el punto donde me encuentro ahora mismo.

El embarazo fue perfectamente, hasta el momento del parto, donde alguien decidió que todavía era algo pronto para salir al exterior y me dejaron un tiempo más.

Después de nacer, mis padres veían que algo no iba bien, hacían miles de preguntas, desafortunadamente ninguna de ellas con respuestas, hasta que pasado un tiempo un doctor les daba la terrible noticia de lo que tenía… Lejos de amedrentarse y quedarse sentados, decidieron tomar las riendas de mi vida.

Los médicos me aconsejaban hacer ejercicio, por ejemplo, nadar, así que mi padre diariamente me llevaba a la piscina. Hacían todo lo posible para mejorar mi estado físico y poco a poco parecía que lo iban consiguiendo.

De muy chiquitita logré andar, aunque después de una operación en mis talones dejé de hacerlo, pero aun así mis padres seguían llevándome de un lado a otro, si no había coche andando, sino en autobús, la manera de ir no importaba, lo importante es que fuera e hiciera todo lo que me pedían para así mejorar mi salud.

Después de un tiempo, mis padres decidieron crear una entidad, Apadis la llamaron, muy pequeñita y humilde. Al principio solo éramos un par de chicos donde nos juntábamos y trabajábamos como podíamos ya que no teníamos grandes recursos, pero poco a poco y con el esfuerzo de mis padres y la colaboración del resto fue creciendo, hasta llegar donde estamos ahora, un gran Apadis , el cual cuenta con los recursos necesarios para llevar a cabo su misión, mejorar la calidad de vida de las personas con discapacidad intelectual y las de sus familias.

Apadis es mi segunda casa, ya que cada fin de semana mis padres acuden al centro para recogerme y llevarme a casa.

Hasta que llega el fin de semana paso la semana allí, con mis compañeros, haciendo actividades, como por ejemplo: ir a la piscina, paseos, voy a la cafetería, salimos a hacer excursiones…y sobre todo lo que más me gusta, es escuchar música, ver como bailan ¡y bailar yo! Sí, porque a veces me levanto de mi silla y con ayuda bailo, ¡me lo paso genial!

Aquí no tengo limite, hago todo lo que hace todo el mundo pero a mi manera, la discapacidad que pone en un papel desaparece automáticamente. Cuando llega el viernes, mi alegría es inmensa, porque sé que vuelvo a casa. En Apadis estoy muy cómoda y a gusto pero claro…, en casita y con mis padres ¡es otra historia!

En medio de mi alegría, cogemos rumbo a casa, donde nos separan unos 40 minutos andando. Mi padre empuja la silla haciendo frente a los miles de obstáculos que nos encontramos por el camino, dando igual el tiempo que haga, aceras sin rebajamientos, baches, agujeros… Como dije al principio de mi relato, cuando nací las calles no estaban preparadas para una silla de ruedas y muy a mi pesar aun habiendo mejorando un poco, todavía queda mucho trabajo por hacer, para que los que nos podemos andar también se nos haga fácil pasear por nuestras calles.

Una vez que llegamos a casa, no se acaban las dificultades, si no que continúan. Vivo en un cuarto piso sin ascensor, así que mi padre tiene que cogerme en brazos y echarme encima de su espalda, con el riesgo de caernos los dos. Mi padre ya no es un chaval, pero la fortaleza que tiene se lo hace parecer. Para mí, mis padres son lo mejor que me ha pasado y no los cambiaría por nada en el mundo.

Pues bien, esta es mi historia, una historia de superación a la que me enfrento cada día y que a pesar de los obstáculos que mi familia y yo nos encontramos por el camino, intentamos saltarlos, da igual la manera de hacerlo, el caso es hacerlo, porque hay que recordar siempre, que querer es poder y que nuestras barreras las ponen nuestro miedos, no en mi caso una silla de ruedas o el pensamiento de que alguien como yo no puede conseguir lo mismo que otra que va andando.

La discapacidad está en los ojos de quien la mira, de ti depende hacerles creer que no.