Plena Inclusión Madrid

La pesadilla: Ocio sí, pero no así

Hay noches que me cuesta más dormir. Suelo tener pesadillas y eso me asusta bastante. Algunas son recurrentes. La última ayer mismo: yo tenía 21 años y mi madre, prácticamente los que yo tengo ahora, algunos más del doble. Era sábado, justo después de comer. Mi madre comienza a arreglarse, ignoro para qué, aunque se está poniendo guapísima. La pregunto que si va a salir. Me dice que sí, que nos vamos las dos juntas. ¿A dónde?, pregunto a la vez que comienzo a sentirme incómoda, pues ahora mismo lo que más me apetece es sofá, película que te hace dormitar y descansar así hasta las nueve de la noche, hora en la que he quedado con mis amigas.

¿No te lo había dicho?, me pregunta emocionada. Vamos a la discoteca que han abierto en el barrio de al lado. Mi cara al oírlo, debe ser un poema. ¿A una discoteca, a las cuatro de la tarde, contigooooo? (La hago esa pregunta mientras tecleo rápidamente un wasup de socorro a mis amigas: SOS, a mi madre le pasa algo grave). Siiiii, me responde, va a ser genial, ya verás. Vamos juntas y todas las personas que hay allí son como tú, tomaremos una fanta, bailaremos y quizá haya hasta patatas fritas para merendar a las seis, justo antes de que cierren, porque a partir de las nueve ya solo va otra gente. No doy crédito a lo que escucho. ¿Cómo yoooo, cómo soy yo????  Bueno hija, tú siempre has sido muy especial, mi chiquitina, mi reina, tengo que protegerte, no puedes salir por ahí y mezclarte con cualquiera, tienes que ir con gente como tú.  Vamos anda, ponte el vestidito tan bonito que te comprado.

Y así es que me despierto bañada en sudor. Cuando me duermo de nuevo, estoy en un gran almacén, con muchas puertas. Abro la primera: hay 30 chicos, todos miden aproximadamente 1,68; son morenos, tienen los ojos verdes. Cierro la puerta de golpe. Abro otra, está llena de personas rubias y delgadas. Me miran extrañadas, y me dicen que no pueden hablar conmigo, que ese no es mi grupo. Y así sucesivamente voy abriendo puertas. Son como cajones enormes: pelirrojos en una, personas con gafas en otra, personas que no acabaron el instituto en otra, centroafricanos, indios, árabes, franceses, alemanes, cada uno en esos enormes cajones, marcados con una etiqueta en su jersey, que de pronto descubro, no coincide con la mía, donde alguien ha escrito, sin que yo sea consciente de ello, en letras mayúsculas: ESPECIAL.

Ahora sí que no puedo respirar, quiero gritar para despertarme y salir de esta pesadilla. Por fin lo consigo y con cierto alivio vuelvo a la seguridad que da la consciencia, pero por alguna extraña razón, siento una gran desazón que no me deja estar tranquila el resto del día.

Con el tiempo he descubierto la causa de mis pesadillas, que no son sino un reflejo de los trabas y dificultades que diariamente nos encontramos en el trabajo: más de 40 años de lucha colectiva por la inclusión social de las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo y por ende por la igualdad y la inclusión de cualquier persona independientemente de sus características, capacidades, procedencia, creencia o circunstancias.

Sin embargo, a veces parece que no avanzamos nada porque tenemos que dedicar demasiado tiempo a quitar palos de las ruedas que nos impiden alcanzar el verdadero cumplimiento de los derechos y en ocasiones, lamentablemente esos palos proceden de ideas bienintencionadas y que sin embargo causan un grave perjuicio a los objetivos de participación, ciudadanía e inclusión a los que aspiramos.

La magia de Internet y san Google permiten a cualquiera encontrarlas, y ahí puede estar el origen de mis pesadillas, cuando hallo que se quieren seguir impulsando pequeños guetos para el disfrute del ocio de las personas con discapacidad. Espacios aislados del resto de la sociedad, segregadores per sé, y además sin tener en cuenta que el ocio lo es, en la medida en que puede ser elegido libremente, por cada uno de nosotros, en tiempo y forma.

Ese ocio que elegimos forma parte de nuestra identidad personal, de nuestros intereses y deseos, es algo que nos proporciona bienestar físico y emocional.  El ocio para cualquier persona, independiente de su capacidad o circunstancias, es uno de los ejes de desarrollo social y personal más relevante[i]. Tanto es así que la propia legislación lo considera un derecho indispensable de cualquier persona y, por ende, de las personas con discapacidad intelectual o del desarrollo.

No puedo imaginarme que nadie venga un fin de semana a buscarme a mi casa para “imponerme”, con buenas intenciones, pero desde el desconocimiento o la sobreprotección, una actividad, sea la que sea, que no me apetece hacer ni ese día, ni a esa hora, ni con mis supuestos “iguales”.

Desde Plena Inclusión Madrid y otras muchas organizaciones venimos trabajando desde hace años para hacer del ocio una realidad inclusiva, en el que se le proporcione a la persona con discapacidad intelectual o del desarrollo los apoyos que requiera para disfrutar de su tiempo libre cómo, cuándo y con quien quiera.

Como sociedad civil que somos cada uno de nosotros, organizada o no, hemos de seguir luchando para evitar las prácticas “exclusivas”, en el doble sentido que esta palabra puede tener.  Y muchas de ellas, como la generación de espacios reservados en discotecas a horas intempestivas y motivo de mis pesadillas, son precisamente medidas a evitar, más aún cuando muchas de estas iniciativas vienen respaldadas o impulsadas por organizaciones sociales: no podemos estar defendiendo la igualdad y la inclusión con una mano y con la otra, cerrar espacios a cal y canto en los que solo pueden entrar “los chicos” (así les seguimos llamado a veces aunque hayan superado la barrera de los 50) cuando nosotros digamos y con quién nosotros, y no ellos, elijamos.

Lamentablemente, esto que sigue ocurriendo a veces en el ámbito de la discapacidad y en el ejemplo del ocio del que parte este artículo, no es una realidad ajena a otros muchos colectivos, a los que segregamos con nuestra actitud, y a otras muchas actividades de nuestra vida cotidiana.

Si no queremos que el mundo del futuro sea un gran almacén con cajones para cada uno de nosotros, sino un mundo de intercambio, relaciones y enriquecimiento mutuo, un mundo en el que la igualdad de oportunidades deje de ser una utopía, tenemos que seguir luchando. Evitar la discriminación de los otros hacia nosotros, sí; pero también la que nos imponemos nosotros mismos.

Hace muy poco, leí un fantástico artículo en el que se citaba una frase del periodista Enric González y que me permito transformar en parte para poner fin a este artículo: “A veces podemos convertirnos nosotros mismos en una minoría hipersensible e hiperreflexiva, es decir, volvernos más débiles”.

ocio1

[i] 2010. Modelo de Servicio de Ocio de FEAPS Madrid (Plena Inclusión Madrid)