Las familias llegan a Atención Temprana de forma inesperada, sin pedirlo, sin quererlo. De repente, alguien detecta alguna dificultad o necesidad en el desarrollo de tu hijo o hija. Muchas veces son los propios padres que se dan cuenta de qué algo no va bien ¿Y ahora qué?
No lo querías, simplemente llega; y las incertidumbres, los miedos, las dudas o las dificultades que supone enfrentarse a una maternidad, una paternidad y la crianza, se multiplican exponencialmente ante el miedo, la angustia, la falta de modelos y la soledad. Es un momento de gran vulnerabilidad. Muchas familias ni si quiera saben qué hacer, a dónde acudir, cómo ayudar o relacionarse con su hijo.
La Atención Temprana se convierte en el sitio seguro al que acudir, donde te acompañen en ese proceso de descubriros como padres y descubrir a tu hijo o hija. Hace ya años que la atención temprana ha ido evolucionando de un modelo clínico-rehabilitador dónde los profesionales “trabajaban” para favorecer el desarrollo y los aprendizajes a un modelo centrado en la familia, dónde la prioridad son las necesidades de la familia en su conjunto, con sus fortalezas y debilidades, como todas las personas del mundo.
¿Qué puede ser más significativo para estos padres que poder dar de comer con seguridad a su hijo, quitar un pañal o dormir toda la noche?
El foco está en las rutinas diarias como oportunidades de aprendizaje significativas tanto para los niños como su familia.